5 de febr. 2011

Dicen que si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma.

Los viejos de un pueblo cuentan que había una vez un Mahoma que no iba nunca a la montaña, ni daba un solo paso hacia ella. Y cuentan también, los viejos de ese pueblo, que, tal como dice el refrán, la montaña iba a Mahoma. Día tras día, paso a paso, siempre, encaminándose hacia él, la montaña iba a Mahoma. Y así es como se encontraban, y quedaban, y cenaban, y hablaban, y reían, y follaban. La montaña y Mahoma. Una vez y otra vez. Y otra vez y otra vez. Lo llamaba, le enviaba e-mails, modificaba su agenda, quedaban, cenaban, hablaban, reían, follaban. Pasaron los años. No muchos, tan solo casi dos. La montaña estaba agotada. De tanto llamar. De tanto andar. De tanto ir. Y es que mover siempre toda una montaña requiere mucha energía, dicen los viejos de ese pueblo ¡para no decir lo que llega a deprimir que nunca vengan hacia ti! Y también dicen, los viejos de ese pueblo, que un día fueron a ver a Mahoma para avisarle. Ándate con cuidado, Mahoma, le dijeron, si no das nunca un solo paso para ir hacia la montaña llegará un día en que te quedarás sin lo que más quieres. La montaña, le dijeron, nunca dejará de venir hacía ti, porque así lo dice el refrán -y refranes, amor y destino son todo uno-, pero llegará un día, Mahoma, le dijeron los viejos de ese pueblo, que la montaña se quedará casi sin energía de tanto andar y entonces, Mahoma, no tendrá para follar.

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